El diseño se ha puesto a disposición de los fabricantes de envases ofreciendo productos cada vez más atractivos, ergonómicos, cómodos y seguros. Pero, a veces, poco rentables para el Consumidor.

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Piensen detenidamente: ¿a que parece que cada vez nos duran menos los productos, se “gastan” antes los envases?. Pues no, no es una percepción suya; es más bien una realidad objetiva.

Presten atención a los anuncios televisivos: las dosis utilizadas en los comerciales son, en la mayor parte de los casos, desmedidas”.

Cada vez un mayor número de envases  se diseña para dispensar el contenido de forma más rapída, ocultar su menor capacidad… ó simplemente, obligarnos a comprar una nueva unidad aún cuando no hemos consumido por completo lo anterior.

Éstas características no sólo encarecen el precio de lo pagado para el Consumidor, también reducen lo que se denomina “ciclo de uso” para obligarnos a comprar cada vez más unidades de producto por ciclo de tiempo. Desvelamos algunas de las tretas utilizadas con mayor frecuencia por los fabricantes:

1. El envase “Aspersor”. Una de las argucias más extendidas es la de dispensar dosis unitarias de producto cada vez más elevadas y, así, consumir el contenido del envase de forma más rápida (que no más efectiva). Encontramos con creciente frecuencia esta técnica en productos de limpieza, higiene personal y artículos de base química.

Presten atención a los anuncios: las dosis utilizadas en los comerciales son, en la mayor parte de los casos, desmedidas: ya sea una vaporización de ambientador que abarca toda una sala, una pasta dentífrica que cubre por completo el cepillo de dientes (algo innecesario) ó un desodorante cuya aplicación supone para el consumidor…. una segunda ducha diaria.

Con ello nos preparan mentalmente para hacer uso “profuso” de lo que hemos adquirido: un “envase aspersor” que dispensa dosis unitarias con demasiada generosidad…. pero con poca eficacia práctica y monetaria.

Nuestro consejo es que no se ciña a la dosis que tanto insiste en dispensarle el envase, recórtela a un 50% de lo establecido por el fabricante. Si es, por ejemplo, un desodorante tipo “roll-on” compruebe que la velocidad de rotación de la bola es lo más reducida posible. Ahorrar… está más que nunca en su mano.

2. El envase “Sarcófago”. Es aquel que retiene una parte considerable de su contenido final obligándonos a la compra de una nueva unidad… aún cuando no hemos finalizado la anterior (el sueño de todo fabricante, vaya).

Las técnicas para lograr tal efecto son de lo más variado: utilización de plásticos de gran dureza que impiden extraer manualmente la parte final, diseños que impiden fluir el líquido restante hasta la boca de dispensado ó incluso – y éste es uno de nuestros favoritos – el caso de un conocido inhalador nasal que ofrece su producto un 10% más barato que la competencia (a igual capacidad) pero que hábilmente retiene un 15% del contenido al no poder extraerse con el mecanismo dispensador instalado.  Toda una lección de maestría, que no de ética.

¿Cómo actuar?, al comprar la nueva unidad inserte en ella el contenido del antiguo envase para poder aprovecharlo en su totalidad. Eludan – cuando llegue el momento –  el sistema dispensador instalado por la marca y extraigánlo manualmente  (las lenguas de goma utilizadas en cocina y los cuchillos con filo de sierra pueden ser grandes aliados con los envases productos alimentarios).

3. El envase “Seductor”. Destaca por su diseño, ligeramente más “estilizado” que el de sus compañeros de estantería…. pero también por su precio, aparentemente algo más económico. ¿Qué nos va a impedir colocarlo reverencialemente en nuestro carro de la compra?.

Pues…. el sentido común. Muchos productos se sirven comercialmente en medidas y cantidades que no están debidamente estandarizadas en cuanto a tamaño, pero que el Consumidor ya se ha acostumbrado a identificar visualmente.

En ocasiones, el diseño del formato, envase ó “packaging” enmascara una menor capacidad de contenido que el estándard habitual, mostrándonos una apariencia similar… pero un contenido ligeramente más reducido.

Ésta circunstancia permite al fabricante vendernos menos cantidad a más precio sin que, en muchas ocasiones, lleguemos a percibirlo. Un ejemplo lo tenemos en las bebidas alcohólicas que, a lo largo de los años, han pasado de cubicar un litro, luego 0,75, posteriormente 0,70 para rozar el medio litro sin que visualmente lleguemos a percibir grandes diferencias. Parece que nada ha cambiado; sólo el precio… que sí se ha visto incrementado.

¿La solución?: muy sencilla en primer lugar comprobar siempre la capacidad real de cada producto, en éste sentido es de gran utilidad la cifra de “precio por Kg” ó “precio por unidad” que cada vez más establecimientos incluyen en el etiquetado.

Arte, diseño, comodidad…. innovación. Sí, pero no a costa de nuestros bolsillos.

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