Criterios como los costes de fabricación, las imposiciones ecológicas, las modas e incluso, la falta de pericia provocan que muchos de los envases que compramos no sean accesibles para todo el mundo y generen una barrera de exclusión para millones de Consumidores.

Seguro que os es familiar: ése bote que tenemos que poner bajo el agua caliente para poder abrirlo, la lata que debemos manipular con extremo cuidado para no causarnos lesiones ó ése blister que al extraer el producto provoca su rotura ó genera desperfectos. Ahora imaginaos a una persona mayor ó a un usuario con discapacidad ante una situación similar, inquietante, ¿verdad?.

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¡Cuidado!; algunos envases…. tienen truco.

Lamentablemente los estándares industriales anteponen, más veces de las que nos gustaría, la rentabilidad ó incluso el diseño, a algo tan esencial como es la capacidad de uso y manipulación para el Consumidor.

A éstos condicionantes debemos añadir las cambiantes normativas en materia ecológica, ésas mismas que justifican el poner en nuestras manos botellas con un plástico reciclado ¡tantas veces! que su mera apertura provoca torsiones, derramamientos, salpicaduras y hasta algún que otro improperio por parte del sufrido Consumidor.

Dejadnos poner un ejemplo. En los últimos años entidades y distintos organismos han impuesto al Consumidor es uso de las bolsas de papel como alternativa ecológica a la de plástico. Unas bolsas caras, más pesadas y extremadamente frágiles pero… ¿son más respetuosas para el medio ambiente?. Paradójicamente, todo depende del parámetro que utilicemos para medir su impacto ambiental, ya que una bolsa de papel implica tala de árboles, deja una mayor huella de carbono y tiene una vida útil notablemente menor.

En éste sentido os recomendamos leer el artículo de Débora García Bello ¿Y si la bolsa de plástico fuese más sostenible que las de papel ó algodón?. Os aseguramos que os váis a sorprender. Mucho.

Envases “poco amigables”

Bolsa de plástico

Más allá de éstos fluctuantes criterios ecológicos, moda y factores de producción, provocan que los usuarios tengamos que bregar con productos y soportes cuya apertura y manipulado suponen todo un desafío, cuando no un reto…. ó un riesgo. El hecho de tener que utilizar herramientas adicionales para poder abrir un producto, en pleno siglo XXI, denota una clara falta de enfoque hacia el Consumidor.

Algo similar ocurre con las tipografías de los empaquetados; ésas minúsculas letras que ponen a prueba la vista del más manido y en las que se incluyen informaciones tan cruciales como los posibles alérgenos, advertencias de uso ó ingredientes (que pueden ser incompatibles con nuestra dieta, nuestras preferencias culinarias ó incluso nuestra religión).

A éstas alturas de artículo diréis: “somos conscientes de todo ésto ¿y?”. Nuestra reacción como Consumidores debe ir en dos sentidos; en primer lugar decantarnos por aquellos productos que sean accesibles (¡y seguros!) para nosotros y para los nuestros, descartando aquellos que presenten una mayor dificultad (e incluso riesgo) de manipulación y no nos ofrezcan la suficiente transparencia en su etiquetado.

En segundo lugar, debemos exigir a las empresas, formatos que permitan a cualquier persona manipular con garantías el envase ó empaquetado (seguro que os suena éso de “¡hijo ábreme éste bote, que yo no puedo!”), sin requerir de herramientas cortantes, una aplicación de fuerza sobrehumana ó el uso de elementos adicionales de seguridad – como ocurre con las latas metálicas. No todo vale; siempre debe primar la Atención al Consumidor a los parámetros económicos ó a las modas y tendencias.

Finalmente, aquella fórmula de bolsas de rafia ó tela, botellas de vidrio retornables (infinitamente más ecológicas que los actuales fórmatos) ó hasta la clásica llavecita con la que abríamos la codiciada lata de sardinas, vuelven a demostrar que, pese al progreso… algo estamos haciendo mal. Muy mal.

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